Ecos de todos los corazones





Me paro y me dejo mecer por el vaivén marino de la respiración mientras escucho el corazón, siento una especie de dicha tonta, silenciosa, impersonal, una compresión que nada tiene que ver con la razón y la mente, independiente de lo que me esté pasando en ese momento. Realmente no puedo oír mi corazón, apenas sentir su empuje por las venas, el rumor del movimiento de la vida en los oídos. 

Seguramente lo primero, y lo único que oímos durante muchos meses, fue el corazón de nuestra madre. Parece que es normal acunar los niños sobre el lado izquierdo para que sientan nuestro corazón. En algún sitio de nuestra mente está ese sonido, ese que nos dice que somos queridos, esperados, protegidos, nutridos. Un anticipo de que hay un futuro que merece vivirse, aunque ahora no lo podamos ni imaginar, que a pesar de todas nuestras malas perspectivas tiene felicidad para nosotros. 

Cada momento es un dar a luz, un alumbrar, un parto doloroso pero necesario, con el sonido del corazón y el arrullo de la respiración.   

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