Cómo no te voy a querer

Conversación con mi gurú [*]:

Discípulo: Temo que cuando termine de aprender cómo funciona esto de vivir ya me tenga que morir.

Gurú: Cuando sepas cómo funciona ya no te importará morir.

Me he dado cuanta de que esta simple conversación tiene al menos el germen de una respuesta a una buena y natural duda mística. 

Digamos que no soy nada que se pueda señalar, nada que sea el predicado de un “yo soy…”. Cualquier yo soy esto o lo otro es falso. Bien. Entonces me deshago de todo lo falso, de todo lo que es persona en el sentido de máscara/personaje. Fuera mi carácter, ideas si las tuviera, formas de ser, gustos, y todo eso que en realidad no dejan de ser condicionamientos del pasado. Todo eso lo dejo de lado. Llamemos a eso que dejo de lado el yo. Bien. 

Como decía alguien, si me deshago de todo lo particular lo que queda es universal. Es decir que lo que queda es lo mismo que queda si el proceso lo sigue cualquier otro. Mi ser real es el mismo que el de cualquier otro, por muy detestable o muy querida que antes del proceso me parezca la otra persona. Entonces no debo querer a nadie más que a nadie, ni debo esperar ser querido por nadie más que a nadie. 

Parece una situación paradójica. ¿Debo de dejar de querer a los que quiero como los quiero, siendo que seguramente los quiera por ser como son, por su “persona”? ¿Debo decir a alguien que en el fondo soy como la persona que más detesta en el mundo? Es por lo menos una situación incómoda.

En este sentido creo que se aplica la respuesta de mi gurú. En el estado sin yo todo eso que me pregunto no importa. Porque son cosas de la mente, son cosas del yo condicionado, no del ser esencial. Se puede responder perfectamente con un rotundo sí a las dos preguntas anteriores. La versión más técnica diría que realmente no hay nadie para responder a esas preguntas, nadie que quiera ni quiera ser querido, no hay nadie a quien querer, o por quién ser querido. En ese estado no hay temor ni deseo, no hay deseo de querer ni temor a no ser querido. No se busca el placer ni se evita el dolor. De alguna forma menos extrema, no dejo de querer a nadie como lo quería, paso a querer a todo el mundo igual. 

Se me ocurre que el amor personal es algo así como el emerger del amor universal que yace en el mismo centro de nuestro ser, y que surge con brío cuando damos con alguien con el que precisamente podemos dejar de lado nuestros personaje, quizás porque lo compartimos con el otro. La sintonía digamos. 

Tengo la experiencia de lo que digo, que puedo convertir en relatos en dos formas. 

Un buen guía en este camino, un avatar cínico del Virgilio de la Divina Comedia, es pensar que cuando quieres a alguien sueles querer algo de esa persona. No es nada malo, es lo que es. La quieres más para conseguir algo que por algo que sea, o en definitiva, la queremos por lo que es para nosotros, queremos la imagen que nos hacemos de alguien, no el alguien. El porqué de querer a alguien suele ser un anticipo, promesa, o dividendo inmediato, del placer que se obtiene de ella, placer en el sentido más amplio de la palabra, que incluye alegría, admiración, belleza y compañía, por ejemplo. Solemos querer a las personas que nos hacen sentir bien, o a las que imaginamos que nos harán sentir bien. Pensar que quien quiero es un instrumento para mi placer me incomoda muchísimo. Lo que sugiero en esta entrada me parece, hasta ahora, la mejor solución posible, algo que está más allá de que el mundo sea un mercado de placeres. 

La segunda historia es de hace ya muchos años y parte de tener que compartir la vida con alguien que me la hacía muy desagradable, por decidida y manifiesta voluntad suya, no era un accidente [**]. Naturalmente, mis sentimientos hacia esa persona eran muy negativos. Ya entonces me daba cuenta que esos sentimientos me hacían daño. Es decir, que el origen del sufrimiento/dolor era doble, su comportamiento [o mejor dicho su actitud, que es la parte de dolor] y mi reacción [que no respuesta, y que es la parte de sufrimiento]. En un momento dado algo cambió en mí repentinamente. Me di cuenta de que esa persona sufría más que yo con su actitud, que estaba atrapada en un comportamiento que seguro le hacía infeliz. Decía alguien que el odio es un veneno que nos tomamos nosotros esperando que le haga efecto al otro [***]. Dejé de tomar ese veneno y se fue el sufrimiento. Digamos que vi un poquito más allá de la máscara/personaje.

[*] Mi gurú es una gurú natural. Es alguien que no tiene ninguna inclinación por lo que se suele llamar espiritual, ni por filosofías, aforismos, pensamientos ni frases supuestamente profundas sobre el ser, la nada y el todo. Todo lo contrario. Pero he de añadir que ni falta que le hace. Lo que sea que todo eso le pueda dar a cualquiera, ella lo tiene de natural. En particular la quietud de la mente. El simple hecho de ponerse a meditar seguro que le supondría un nivel de perturbación mental superior al que tiene por defecto. Es alguien que sabe sin saber que sabe. Por poner un par de ejemplos. Es alguien que desde niña no come ni carne ni pescado, pero que no es vegetariana. Simplemente no le gustan. Alguien que en pleno auge de la burbuja inmobiliaria vendió su casa por lo mismo que le había costado años antes, y sin invocar ningún valor moral. Naturalmente dio lugar a una situación curiosa en la que no es momento de entrar.

[**] Está idea de voluntad versus accidente merece ser desarrollada en otra entrada. 

[***] La frase en muy bonita pero sin duda incompleta. El odio tiene sus ventajas para el organismo que lo produce. En una especie tan colaborativa y que santifica tanto la igualdad como es la nuestra, el odio es un recordatorio de que las cuentas no están equilibradas, que algo se nos debe. Me recuerda esto el dilema del prisionero en su versión reiterada. En un celebérrimo concurso de estrategias convocado por Robert Axelrod ganó la estrategia llamada tit for tat, es decir, donde las dan las toman, o toma y daca, propuesta por Anatol Rapoport, y que conste simplemente en empezar colaborando y luego hacer lo que tu oponente hizo la ronda anterior. Quiere si te quieren, ayuda si te ayudan, no lo hagas si no. Me encanta esta especie de ética científica, práctica, experimental, alejada de sistemas morales construidos sobre el aire.










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