Ni por causalidad. Cosas de niños
De niño me preocupaban cosas de niño, y, a pesar de San Pablo y los corintios, todavía me siguen preocupando cosas de niño, sin que otras nuevas hayan tomado su lugar. Una de ellas era la causalidad, quizás en la forma de un preguntar constante por el porqué de las cosas.
Realmente no sé nada del tema de la causalidad, pero ofrezco estas reflexiones de recapitulación tras otra noche de insomnio, para diversión de los que sepan y de los que no.
En mi pobre razonar de duermevela, mágico y ajeno, la causalidad no es que a una cosa suceda invariablemente otra, como el amanecer sigue al canto del gallo, o el aumento de la comprensión lectora sigue al aumento de la talla del zapato de un escolar, sino el mecanismo que imaginamos que lleva de la causa al efecto, del amanecer al calorcito que siento al ponerme al sol. La causalidad es una consecuencia del querer entender de los humanos, sobre todo de los niños, no parece que sea algo que esté en las cosas. Si no hay razones no nos vale.
Si uno cree en una visión científica del mundo, uno admira las existencia de leyes inmutables, dadas, universales, que llevan de una cosa a otra. Pero esta inevitabilidad es el propio final de la causalidad, su despido sin esperanza de ERTE. Esos hilitos invisible pero indestructibles de marioneta que unen la causa y el efecto hacen que sean la misma cosa. La distinción entre ambos es una mera cuestión verbal desplegando en un tiempo humano lo que ya estaba unido antes de que el tiempo empezara. ¿Dónde acaba la causa y dónde empieza el efecto?¿No se trata de una mera categorización de los terrícolas?
A muchos que profesan la ciencia para disimular su niñez incurable, les gustan precisamente las formulaciones de las leyes del universo en las que el tiempo desaparece, como a los alienígenas de La llegada. Esas formulaciones susurran que todo lo que ocurre viene bien empaquetadito en una caja de IKEA. Cuando compras un mueble de nombre impronunciable lo compras entero de una vez. Somos nosotros los que lo montamos como una historia con un principio y un final encadenados por hechos intermedios, nos gustan las historias, dicen que aprendimos a hablar para contar historias a la luz del fuego al final de cada jornada paleolítica. La causalidad es la llavecita de IKEA con la que montamos el mueble, pero que no forma parte de él, y que luego no sabemos dónde poner. Nos ayuda a ver lo que había en la caja, pero la caja misma ya lo sabía, a su manera que no es la nuestra.
La reversibilidad microscópica de la dinámica establece una buena simetría entre pasado y futuro que la casualidad parece romper. La causalidad podría tener el mismo origen que la irreversibilidad termodinámica.
Puede estar bien ver en la segunda ecuación de Newton que las fuerzas causan las aceleraciones, pero el signo igual no contiene esa idea, la aportamos nosotros de nuestra cosecha, y en última instancia ¿qué causa las fuerzas? ¿Qué causa la igualdad? En la niñez desde la que hablo, los iguales era la lotería de la actual ONCE, que se vendían al grito callejero de iguales, iguales, iguales para hoy.
En palabras de Ernst Mach:There is no cause nor effect in nature; nature has but an individual existence; nature simply is.
La causalidad es el andamiaje para pintar la capilla sixtina de las leyes naturales, el mecanismo para llegar al techo. Descubierta la ley el andamiaje sobra, como la barca de Buda. Hay ciencias a las que le gusta mantener el andamiaje, les gusta contar a la gente cómo suben y bajan, también les gusta a los profesores. Pero hay otras ciencias que solo anhelan la verdad última, lejos de lo práctico o lo instrumental, y cuando quieren admirar la obra completa de lo que es, el andamiaje oculta lo que quieres ver.
Lo expresa muy bien J. D. Norton en Causation as Folk Science:
…. causes play no fundamental role in our mature science. Those sciences are not manifestly about causation and they harbor no universally valid principle of causality. On the other hand, the actual practice of science is thoroughly permeated with causal talk: science is often glossed as the search for causes; and poor science or superstition is condemned because of its supposed failure to conform to a vaguely specified principle of causality.
La causalidad vive en el mundo irreal del dualismo animista. Las causas viven el mundo de la voluntad, en el supuesto y nunca probado poder de hacer o no hacer algo, que abre una sima infinita en el tiempo entre el antes y el después que no hay física que pueda saltar. Descubrí de niño que lo interesante del niño que rompe el jarrón chino es la idea indemostrable, contrafactual, de que podría no haberlo roto. Sólo entonces el niño es la causa que rompió el jarrón y se le puede reprender a conciencia, en lugar de exculparle por ser otra manifestación inevitable del Big Bang a la altura de la bariogénesis.
Dicho de otra forma, la dinámica nos dice cómo evolucionan un sistema, cumpliendo ciertas leyes y ajustándose a ciertas condiciones iniciales o, tanto da, finales. La causalidad entra en cuanto queremos actuar sobre el sistema para que su evolución cumpla en el futuro nuestros deseos y expectativas.
De nuevo J. D. Norton en Causation as Folk Science:
It has long been recognized that human action is the prototype of cause and effect. At its simplest, we identify processes as causal if they are sufficiently analogous…A popular explication relates causation to manipulability. When a cause brings about the effect, we can manipulate the effect through the cause but not vice versa.
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