No me digas
Pasar tiempo solo y en silencio, en un vacío tranquilo y abierto. Observar más que pensar. Observar a los humanos ruidosos, parlanchines. Agotador todo el peso de las palabras y pensamientos, una actividad incesante formando una atmósfera densa alrededor en la que no caben resquicios para el silencio, la calma, el aire. Cuando no hablan es que piensan en volver a hablar.
Pareciera que un humano sólo se entiende como ser gramatical, existe sólo cuando se manifiesta hablando, diciendo algo que presume propio. Usualmente con el propósito de influir en la conducta de los demás, el origen de casi toda la comunicación, aunque sea para que los quieran, los admitan, para descubrir lo que son en el reflejo que les devuelven el eco de los demás. Es fácil admitir que casi nada de lo que se dicen tiene valor por sí mismo, es un pegamento social, es la forma de ser que se entiende en comunidad, palabras, dichas o escritas, papeles.
Y cuando está solos hablan consigo mismos. Ensayando lo que dirán o les gustaría haber dicho, se cuentan historias normalmente sobre sí mimos que escuchan con interés, quizás porque saben que nadie más les prestará mucha atención.
Encuentro mi mejor ser cuando no digo nada, cuando me envuelvo en el silencio de un bosque profundo, o en el fondo azul de un océano. Siento la mejor comunicación cuando se hace con locura poética, al margen de las palabras, cuando no quiere influir sino celebrar, cuando no es sobre uno miso sino sobre el todo.
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