La pobre arrogancia de ser


Ser tiene una forma de arrogancia, de pretensión, perdurar, prevalecer, imponerse, intención, propósito, ver el mundo como un medio, útil, bueno para algo. 

Siento miradas que que no ven, que absorben lo mirado, lo trituran y lo vuelven ideas, juicios, intenciones. Así nace el yo, seguido de proclamar que quiero lo mío. Surgen torrentes de palabras creando vallas en el aire, parcelaciones imaginarias, divisiones y repartos.   

Adoro la imaginación pura, la que existió antes del cálculo. Imaginar nos hizo humanos, pensar nos hizo desgraciados. Tras imaginar futuros como proyecciones del pasado surgió como favorable elegir el mejor futuro, para lo que había que pensar, nos mueve sufrir por anticipado.

Darse cuenta de esto es liberarse.

Ando con la mirada baja, huyendo inocente de los tráficos de miradas, evitando quedar atrapado en la mirada pensante de alguien. Miremos sólo con la mirada amplia del corazón. 

Quiero tener una mirada limpia, abierta, abrazadora de lo visto, plana, sin juicios. Quiero una mirada de amanecer, local, contingente, particular. Quiero ser hijo de la primera mirada del primer humano, no quiero prevalecer ni reproducirme, quiero ser libre incluso de mis instintos primarios. Quiero la mínima intención, la de un guijarro al sol en la corriente de un arroyo de montaña, no ser más que espacio sólido e inmóvil, ignorante del bien y del mal. 

Quiero un querer incondicional. 
  






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