Siempre en primero de yoga
Nuestra mente es una partecita de nuestro cuerpo. No es que tú tengas cuerpo, es el cuerpo el que te tiene a ti, ha creado tu mente para prosperar, florecer. Estamos acostumbrados a la idea, injusta, de que la mente controla el cuerpo, que manda sobre él, que el cuerpo es lo dado, material, pasivo, silencioso y que la mente es el espíritu intangible, inmaterial, el vuelo de la imaginación, lastrado por el cuerpo. Nada de eso. Otro injusto dualismo.
El yoga equilibra la situación. Pone las cosas en su sitio. En cada asana tu mente envuelve tu cuerpo como una túnica. Y empiezas a escuchar tu cuerpo, un coro de voces surgiendo de cada punto. Entrar en la postura es un diálogo sutil entre cuerpo y mente, hasta que llega ese momento delicado en que te olvidas que es yoga: mente y cuerpo se funden en la respiración, no hay nada más.
Como si fueras un instrumento de cuerda, la postura pulsa sus cuerdas y fluye por el cuerpo-mente una nota sutil de tendones y músculos vibrantes en la caja de resonancia de un cuerpo relajado. El cuerpo brilla con la luz de la mente, la mente toca tierra con el cuerpo. Estás en un puerto seguro, en un refugio, es una vuelta a casa, estás en el presente.
Esa unión equilibrada, ancestral, anterior a todo, despliega sus alas en la meditación, el puente por el que el yoga cruza a la vida diaria. La música sigue en un nivel más profundo. Callado el ruido del llanto de la mente acunada por el cuerpo, navegas por los canales más profundos de tu Venecia mental. Te dejas mecer y fluyes por las ondulaciones laberínticas de tu cerebro, encandilado por destellos de la auténtica luz del espíritu, disparos fugaces de tus neuronas en el vacío interior más profundo, como un cielo estrellado felizmente libre, radicalmente aleatorio, nuevo a cada instante, definiendo el ahora.
Para mi maestra Teresa, guía y camino del yoga.
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