El realismo ingenuo y los simuladores


Reproduzco aquí algunas reflexiones propias y ajenas sobre la alucinación en que vivimos como realistas ingenuos que nos creemos inmersos en una realidad percibida a través de los sentidos. Las reflexiones ajenas están extraídas de dos grandes libros entre los que uno no siente que hay apenas transición: La creación del yo, de Anil Seth y El túnel del yo, ciencia de la mente y mito del sujeto, de Thomas Metzinger. 

No percibimos el mundo sino que lo recreamos en nuestra mente del modo más útil para nuestros provechos, para poder actuar eficazmente dentro de él, para alcanzar nuestros objetivos y -a largo plazo- favorecer nuestras posibilidades de supervivencia. Mejor dicho, son los objetivos de la mente, no los nuestros, a la mente le da igual que suframos, solo nos quiere listos para la acción, para seguir vivos y reproducirnos, al menos ustedes que eso en me lo aplico.

Imagine, por un momento, que es un cerebro. Esfuércese un poco e intente pensar cómo es estar ahí, sellado dentro de la huesuda cámara acorazada del cráneo, tratando de comprender lo que hay ahí fuera, en el mundo. No hay luz, ni sonido, ni nada: está en la más completa oscuridad y el más absoluto silencio. Lo único con lo que cuenta el cerebro es una andanada constante de señales eléctricas que solo guardan una relación indirecta con las cosas de fuera, del mundo, sean las que sean. Estos inputs sensoriales no vienen con etiquetas incorporadas («soy de una taza de café», «soy de un árbol»). Ni siquiera llegan con etiquetas que anuncien su modalidad, es decir, si son visuales, auditivos, táctiles o de otros tipos.

¿Cómo transforma el cerebro estas señales sensoriales inherentemente ambiguas en un mundo perceptual coherente, lleno de objetos, personas y lugares? El cerebro es una máquina de predicción y lo que vemos, oímos y sentimos no es más que su mejor conjetura acerca de las causas de los inputs sensoriales que recibe. Siguiendo la lógica de esa idea hasta el final, veremos que los contenidos de la conciencia son una especie de sueño despierto -una alucinación controlada- que es más y (también) menos que lo que el mundo real es de verdad. La evolución ha diseñado la alucinación controlada de nuestro mundo perceptivo para que potencie nuestras posibilidades de supervivencia, no para que sea una ventana transparente a una realidad externa.


Creo que una buena ilustración la presenta esta ilusión óptica:


https://michaelbach.de/ot/mot-flashLag/index.html


La alucinación que construye el cerebro no es inocente sino que tiene sus propios propósitos, esencialmente intervenir en el mundo para que se ajuste a nuestros deseos. En este caso para la barra móvil la mente hace una predicción de lo que pasará a continuación. Esta capacidad nos da cierta ventaja respecto a contendientes que no sean capaces de predecir el futuro. Si viendo a mi contrincante puedo predecir por dónde me van a dar un cachiporrazo puedo apartarme y darle al otro un cachiporrazo que no va a ver venir porque su sistema visual no le da ese sentido de anticipación


En un sentido crucial, lo que nos parece realidad y el yo es una ficción; es, no obstante, un dispositivo de control maravillosamente eficiente. La experiencia fenoménica de primera persona y la emergencia del yo consciente son formas complejas de realidad virtual. De tal perfección que nos resulta imposible descubrir que es ficción, una propiedad que en este contexto se denomina acertadamente “transparencia” como se comenta más abajo. La necesidad de la transparencia es clara, tiene que ser convincente para ser útil.


Una buena metáfora para describir el modo en que funciona la conciencia es la de un simulador de vuelo. El cerebro humano puede ser comparado con un simulador en diversos aspectos. Como un simulador, construye y actualiza constantemente un modelo interno de la realidad externa empleando para ello una corriente continua de input provista por los órganos sensoriales y empleando la experiencia pasada como filtro. Integra los canales de input sensorial en un modelo global de realidad, y ello en tiempo real. 


Sin embargo, existe dos diferencias. Por un lado, el modelo global de realidad es construido por nuestro cerebro a tal velocidad y con tal fidelidad que normalmente no se experimenta como modelo. Para nosotros, la realidad fenoménica no es simulación construida por el cerebro; de manera directa e intranscendible, es el mundo en el que vivimos. Su virtualidad permanece oculta, mientras que el simulador es fácilmente identificable como tal, sus imágenes siempre parecen artificiales.


Por otro lado, el cerebro se diferencia del simulador en que no hay usuario, no hay un piloto que lo controle. El cerebro es un simulador de vuelo total, un avión automodélico que, antes que ser pilotado por alguien, genera una imagen interna compleja de si mismo dentro de su propio simulador. Operando bajo la condición de error de realismo ingenuo, el sistema interpreta el elemento de control en esta imagen como un objeto no físico: el «piloto» nace en el seno de una realidad virtual sin oportunidad de ser descubierta. El piloto es el yo.


Si el yo virtual funciona a la perfección, el organismo que lo usa es completamente ignorante de su carácter «como si». El automodelo activado en el cerebro humano ha sido optimizado durante millones de años. El proceso que lo crea es rápido, fiable, y tiene una resolución mucho mayor que cualquiera de los juegos actuales de realidad virtual. Como resultado, la virtualidad del automodelo fenoménico tiende a hacerse invisible al usuario. Pero, hablando estrictamente, es solo la mejor hipótesis que el sistema tiene de su estado en curso, presentado en la forma de datos nuevos altamente integrados.


Curiosamente, la óptica y la visión son un buen ejemplo de realismo ingenuo. Cuando vemos no parece que veamos nada que sea luz, simplemente vemos lo que es, lo que hay delante de nosotros, nadie dice que le llega luz de tal forma que su sistema visual recrea en su cerebro una especie de alucinación de lo que tiene delante. Nadie es consciente del mecanismo que media

Más en detalle, entrando en el campo de la filosofía de la mente, dice Metzinger una representación consciente es transparente si el sistema que la utiliza no puede reconocerla como representación por medios exclusivamente introspectivo. Transparencia significa sencillamente que el medio a través del cuál nos llega la información nos pasa desapercibido. Un modelo del mundo es transparente si el cerebro no tiene la posibilidad de descubrir que es un modelo, miramos a través de él directamente hacia el mundo como si existiera. 

Sentimos estar siempre inmersos en la realidad percibida por los sentidos, pero no es la realidad,  es un modelo del mundo construido por la mente a base de descargas eléctricas, mediadores químicos en los laberintos de las sinopsis cerebrales, pero no somos conscientes de ello, no percibimos que todo es obra del cerebro, eso es la transparencia en este contexto. De hecho no podemos descubrir el carácter de representación alucinada de la aparente realidad en la que nos creemos inmersos. Se da la curiosa situación de que el que buscaría descubrir el engaño es el mismo que crea el engaño. Buen argumento para una novela de misterio. Como ejemplo claro de modelo no transparente tenemos el cine. Por un momento nos podemos creer compañeros de Tom Hanks en el desembarco en la playa de Omaha, pero en todo momento tenemos medios para comprobar que realmente no lo estamos, que todo está ocurriendo en una pantalla que mirada de cerca es un conjunto de lucecitas de colores parpadeantes, que nada entra ni sale de la pantalla, en nuestro salón no hay casquillos, las paredes no está agujereadas a tiros.  

Curiosa-mente me acabo de encontrar con una cita muy inspirada del gran gurú Ramana Maharshi: Always remember that the world is only a projection of the mind. 

Tampoco puedo evitar reproducir otras inspiradas palabras del neurocientífico Vittorio Gallese reproducidas en El túnel del yo, ciencia de la mente y mito del sujeto, por Thomas Metzinger. Son estas:

Los científicos que creen que el progreso de sus disciplinas terminará por eliminar todos los problemas filosóficos se engañan a sí mismos. A lo que puede contribuir la ciencia es a la eliminación de los problemas filosóficos falsos, que es un asunto completamente distinto. Si nuestra meta es entender lo que significa ser un humano, necesitamos de la filosofía para aclarar las cuestiones que están en juego, qué problemas deben resolverse, qué es epistemológicamente acorde y lo que no. La neurociencia cognitiva y la filosofía de la mente trabajan con los mismos problemas pero desde aproximaciones y niveles de descripción muy diferentes. Muy a menudo empleamos palabras diferentes para hablar de las mismas cosas. Creo que todos los neurocientíficos deberían estudiar filosofía. Tenemos que hablar más de lo que hablamos. Hay otro aspecto por el que creo que la filosofía puede ser útil. Nuestra imprudencia científica a veces nos lleva a creer que somos los primeros en pensar algo. Y esto es casi siempre falso. Cada vez hay más oportunidades de intercambio multidisciplinar. Ampliar estas consideraciones a la generalidad de las humanidades puede contribuir enormemente al diálogo con la antropología, la estética y los estudios fílmicos y literarios. Insisto, una neurociencia madura no puede limitarse a escanear cerebros en un laboratorio. Debe permanecer abierta a las aportaciones de otras disciplinas. Y soy optimista sobre ello. Veo un futuro de diálogo creciente entre neurociencia y humanidades.






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