No soy el que soy


Me duele el ser que soy. Con la conciencia me veo, me conozco, y me duele lo que encuentro. Cada interacción con el mundo es un dolor que causo en mí o en otros, una decepción viva para mí y para otros. Puedo hablar de otros por lo que siento desde ese espejo mental de los humanos que liga sus subjetividades, que les permiten entenderse. Pero lo que para los demás es un órgano de unión y gozoso encuentro en la intersección de sus intereses comunes, para mi es un órgano de dolor porque el espejo de los demás me devuelve mi imagen vestida de decepción. 

Sólo me consuela descender todo lo que puedo en el ser hasta que no queda rastro de mí. Conócete a ti mismo para olvidarte de ti mismo. En el puro ser, en el yo que solo es percepción de estar vivo, mera interocepción y propiocepción, sin rastros de yoes ejecutivos, atencionales ni biográficos. En la pura percepción sin juicios, sin formas. Desde allí no encuentro otra razón para vivir que dos que no son razones: la belleza y el amor. Belleza recibida y amor entregado, porque pensar en el amor recibido es pensar en que lo traiciono tanto como no lo merezco. 

Sólo quiero vivir para salir al encuentro anónimo, asomarme a los abismos de la otredad mía y ajena, más allá de nuestros yoes, hasta sentir el vértigo y la atracción irrefrenable de saber, entender y compartir, de llegar hasta los sótanos de las almas ajenas. 

Siento más viva y valiosa cualquier vida que la mía, y añoro vivir errante y ermitaño en los demás más que en mí mismo. Me desprendo de todos mis yoes, de mi ideas, juicios y filtros para dejar sitio en mí a lo demás.


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