No existe un yo en ninguno de los sentidos interesantes de la palabra.
Un fragmento más de El túnel del yo, ciencia de la mente y mito del sujeto, de Thomas Metzinger. Por el túnel del yo el autor se refiere a la recreación ficticia de la realidad en nuestras mentes, el automodelo, una simulación elaborada, sesgada, intencionada, que de forma ingenua tomamos por la realidad misma. Y en esa recreación, como un elemento más, la ficción del yo,
Somos máquinas del yo, sistemas naturales de procesamiento de información que surgieron en el proceso de evolución biológica en este planeta. El yo es una herramienta que evolucionó para predecir y controlar la propia conducta y comprender la conducta de otros. Cada uno de nosotros vive su vida consciente en su propio túnel del yo, carente de contacto con la realidad exterior pero ganando una perspectiva introspectiva de primera persona. Cada uno de nosotros tiene un automodelo consciente, imágenes integradas de sí mismo como un todo, firmemente anclado en emociones de trasfondo y sensaciones físicas. El automodelo puede ser concebido como un modelo generativo que genera constantemente hipótesis sobre la próxima percepción y que continuamente intenta minimizar el error que resulte de estas hipótesis. Por tanto, la simulación del mundo constantemente recreada por nuestros cerebros se construve alrededor de un centro.
Pero somos incapaces de experimentar esto como tal, es decir, de experimentar nuestra automodelos como modelos. Tenemos un sentimiento robusto de estar en contacto directo con el mundo exterior a través de la generación simultánea constante de una «experiencia fuera de cerebro» y el sentido de un contacto inmediato con el yo. La experiencia consciente de ser un yo emerge porque gran parte del automodelo en el cerebro es, como dirían los filósofos, transparente.
Somos máquinas del yo, pero no tenemos yo. No podemos salir del túnel del yo, porque no hay un alguien que pudiera salir. El yo y su túnel son fenómenos representacionales: uno de muchos modos posibles en los que los seres conscientes pueden modelar la realidad. Fundamentalmente, la experiencia subjetiva es un formato biológico de datos, un modo de presentación de información sobre el mundo altamente especializado, y el yo es meramente un evento físico complejo, un patrón de activación en nuestros sistemas nerviosos centrales. El yo no es una cosa, es un proceso. Desde el momento mismo en que nos despertamos por la mañana, el sistema físico, o sea, nosotros mismos, comienza el proceso de «yoificación». Una nueva cadena de eventos conscientes comienza; una vez más, en un nivel más elevado de complejidad el proceso de la vida se vuelve sobre sí mismo.
Estrictamente hablando, no hay una esencia dentro de nosotros que permanezca invariable a través del tiempo, nada que no pueda en principio ser dividido en partes, ninguna identidad substancial que pudiera existir independientemente del cuerpo. Sencillamente, parece que no existe un yo en ninguno de los sentidos fuertes, metafísicos e interesantes de la palabra. Debemos afrontar este hecho: somos máquinas del yo carentes de yo.
No existe un hombrecillo dentro de la cabeza. Desde que despertamos del sueño profundo la experiencia consciente de la identidad emerge, pero no hay un alguien que efectúa el despertar, nadie entre bambalinas apretando el botón de reinicio, ningún técnico trascendental de subjetividad. ¿Qué ocurre exactamente en el momento en que despertamos por la mañana, cuando emerge el automode lo consciente? Este es el momento exacto en el que el organismo biológico es poseído por sí mismo, se hace siervo de su propia psicología, sus deseos y metas conscientemente experimentadas.
Quizás la misión fundamental del automodelo en los niveles superiores sea lanzarnos hacia adelante, generar formas funcionalmente adecuadas de autoengaño respecto de los detalles feos de la vida cotidiana, a través de la creación de una grandiosa y poco realista historia interna de optimismo, un «automodelo narrativo».
Todos los padres consideran a sus hijos por encima de la media en belleza e inteligencia. Están orgullosos de sus hijos y afirman que la paternidad ha incrementado la calidad emocional de sus vidas, satisfacción general y experiencia personal de sentido. Por lo demás, la investigación psicológica muestra que los padres tienen una calidad emocional más baja en sus vidas que aquellos que no tienen hijos, experimentan emociones positivas con menos frecuencia, así como emociones negativas y periodos depresivos más frecuentes, y que la satisfacción con su pareja es más baja.
La investigación reciente muestra infinidad de casos en los que la evolución ha producido representaciones sistemáticamente erróneas de la realidad. Hay, pues, una evolución del autoengaño. Al mismo tiempo, las ilusiones positivas, los mecanismos de represión y los modelos ficticios de la realidad no solo tienen una función puramente defensiva que refuerza la cohesión interna del automodelo humano y lo libera de cierta información negativa. En un nivel sociopsicológico, parece ser también una estrategia efectiva para controlar precisamente esas formas de información disponibles para otras personas, para engañarlas con mejor resultado (por ejemplo, para convencerles de que uno es más veraz, más fuerte, más atractivo de lo que es). El autoengaño no sirve exclusivamente al propósito de la autoconservación sino también para la agresión, para lograr, por ejemplo, la mejora de la propia posición dentro del grupo.
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