Pequeña iluminación

La conducción de automóviles es todo un laboratorio de psicología y de zen. Quizás valga la pena desarrollar la vertiente psicológica en otra entrada del blog. En esta me concentro en un pequeño detalle más místico pero sorprendentemente práctico.

Como laboratorio zen, he depurado con el tiempo una conducción consciente usando técnicas e ideas del zen y la meditación. Se trata de una auto-observación consciente, digamos atención plena, atento sin juzgar a las reacciones de mi cuerpo y mente antes las circunstancias inevitables y cambiantes del tráfico. Le sugiero que lo intente, es maravilloso. He de puntualizar que respeto todas las señales de tráfico, y que ayudo en lo que puedo al resto de conductores en una especie de ejercicio deliberado de caballerosidad en el mejor sentido del término. Siempre estoy tranquilo. Ante cualquier incidencia no insulto, no grito, ni me enfado, ni siquiera juzgo, simplemente hago lo que puedo para que todo transcurra de la mejor forma posible para todos. Jamás he tocado el claxon fuera de la ITVs, siempre con un gran susto. 

Derivado de todo esto, he tenido una pequeña iluminación que me ha llevado, y me lleva todavía muchas horas después, a las lágrimas. Soy sabedor que el camino hacia aquello que a veces se llama iluminación, despertar, o similar,  no necesita de momentos especiales, al contrario. Uso esa idea por claridad, pero lo mismo podemos decir que me ha hecho muy feliz creer que he entendido, o mejor, experimentado algo, o mejor dicho todavía, que entender/experimentar ese algo me ha conducido a un tipo de estado que se supone es más propio del sí mismo que del ego.

Reflexionaba como tantas veces sobre el deseo, la felicidad, la frustración y el dolor. Se entiende que esos son estados de la mente, del ego, de la identificación con el cuerpo y el mundo, indicadores elaborados para mejor seguir los dictados de la biología. No tienen de por sí realidad sustancial. Dicen los sabios que me motivan que el funcionamiento ideal de la mente sería similar al del riñón, el hígado, bazo, páncreas y de todos los elementos de la  complejísima físico-química-biología que sustenta nuestros procesos vitales. Cuando funcionan bien no nos enteramos de que existen. Son procesos en los que no tengo que pensar, ni ocuparme, de los que no tengo ni idea de cómo se producen ni participo en ello, con lo cuál llamar a cualquiera de estos órganos o procesos "mi cuerpo" me parece muy fuera de lugar. Me ocurre, me pasa, pero no soy yo.

La idea es que la mente debería funcionar igual, y que si del funcionamiento de la mente surgen avisos/mensajes como el placer o el dolor que secuestran nuestro ánimo, es que algo va mal. Deberían tratarse como simples asuntos prácticos, como si me duele una rodilla. Los gurús dicen que sus mentes funcionan como la de cualquiera, salvo que ellos no se identifican con esos procesos como no nos identificamos con cualquier otro proceso del funcionamiento del cuerpo. Todo sucede para ellos en su mente tan naturalmente como trabajan el riñón o el aparato digestivo. 

Hasta ahora no sabia cómo entender eso. Lo puedo comprender desde el punto de vista racional, pero no me imagina cómo podría ser experimentarlo. Sabía la teoría, pero me faltaba la práctica. No sabía cómo podía sentir ajeno el proceder de la mente, y es oportuno notar que ya no se me ocurrirá decir "mi mente". 

Hasta que me he dado cuenta de que la conducción era el ejemplo perfecto de lo que quería entender. Porque soy plenamente consciente de todo lo que hago conduciendo, es deliberado pero espontáneo, es muy complejo pero sucede por sí mismo, y lo que es más importante: nada de lo que ocurre en ese proceso me afecta, no me causa ni dolor ni placer. Es por esa forma de conducir que he dicho, que hay otras llenas de dolor y satisfacción egoísta, de violencia y desprecio por los demás. 

Coincidiendo con eso, ahí, en ese momento y los siguientes, sentí una comunión, identidad, comprensión, y amor infinito para con todo lo que estaba experimentando en mi consciencia, como no lo había sentido nunca antes. No había separación, todo era uno, nubes, cielo, tierra, vegetación, asfalto..... No sólo lo que estaba ante mí. Enseguida se extendió a las mismas cuestiones mentales que me llevaban a reflexionar sobre el dolor, por ejemplo. Y lo que antes era causa de un dolor agudo, que por eso mismo pensaba en estas cosas, de repente era una cuestión maravillosamente felicísima, sencilla, natural, adorable.

 ¿Por qué ocurría esto? 

Por que yo ya no era parte de la ecuación, la mente que creaba ese dolor ya no era yo porque me había desentendido de ella, la mente en ese momento no era más que un proceso independiente de mi, hacía lo que tenía que hacer para llevar mis asuntos con las menores inconveniencias posibles. La mente hacía sus operaciones de mente para sus fines de mente [*] Nada de eso me podía doler, como no me dolía el nivel de carga de la batería del coche o el desgaste de los neumáticos. 

Mi ser estaba al margen de todos eso, y liberado de todo, lo que me quedaba era paz, felicidad  y amor incondicional. Se dice que al no identificarnos con los contenidos de la mente nos queda libre una enorme cantidad de energía. 

[*] O mejor, dementes. Recuerde que su mente tiene unos objetivos que son los suyos de ella, y que para nada incluyen hacerle feliz más allá de mostrarle una zanahoria de vez en cuando.



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