A tus pies
Mirar a la cara en ambientes públicos, con desconocidos, me resulta violento, aunque la teoría del lenguaje corporal enseña muchas posibilidades para ese mirar directo, hay mucho en la cara. En esas circunstancias suelo dirigir la mirada hacia el suelo, en especial caminando por la calle. Me ayuda el llevar siempre sombrero, con cuya ala con la cabeza inclinada consigo un buen aislamiento frente al cruce de miradas.
Por ello he desarrollado cierta curiosidad por fijarme en el calzado de la gente. Hay algo humilde en los pies que me atrae. Algo reivindicativo. No sólo en los cruces fugaces en la vía urbana. Incluso en intencionados encuentros estáticos con más de dos personas. Como la gente no suele dirigirse a mí cuando se habla si hay más opciones, tengo la libertad de llevar mi mirada a sus pies, y es una delicia escucharla como si hablara desde su calzado. Yo creo que sus pies se alegran conmigo. El tipo y marca del calzado también habla por sí mismo. Es encantador.
La gente suele pensar que están en la cabeza. La visión tiene algo que ver en esto, nunca mejor dicho. Vemos gran parte de nuestro cuerpo de pecho para abajo, desde la cabeza lógicamente, por lo que es normal pensar que el que está viendo está en la cabeza, detrás de los ojos digamos. En el lugar de la cabeza que no podemos ver sentimos como un globo que contiene todo lo que vemos, lo que sintoniza con la idea anterior, el mundo entero está en nuestra cabeza.
Estando nuestro yo allí arriba, resulta que los pies son lo más alejado, digamos que vienen a ser los suburbios del yo. Quizás por ello no suelen ser muy bien considerados y aparecen en frases hechas con carácter peyorativo y ánimo ofensivo. Ocurre que yo nací en un suburbio y en espíritu soy suburbano allí donde esté. Mejor todavía, para un místico aficionado como este que escribe, ser lo más lejano al yo hace a los pies de inmediato atractivos.
Con ello seguro que es muy común pensar que nos acabamos en los pies, el mismo Neruda lo expresa así: “ la vida termina definitivamente en mis pies”. No puedo evitar pensar todo lo contrario. Con mi vocación vegetal de árbol errante me gusta pensar que empiezo en los pies, que ellos me enraízan en la tierra, y desde ahí, empujado por energía telúrica me yergo hacia el cielo, hacia la luz. Así me lo recuerda cada día la bendita tadasana.
No quiero dejar así de contradicho a Neruda, al que hay que agradecer sus varios poemas sobre los pies, como por ejemplo Al pie desde su niño, o este Tus pies:
Pero amo tus pies
sólo porque caminaron
sobre la tierra y sobre
el viento y sobre las aguas,
hasta que me encontraron.
No es por poner peros, pero de este poema me incomoda que el poeta se asigne el tener que ser encontrado. Para resarcirme me acuerdo de un muy emocionante poema de Juan Boscán, cuando derrama sus pasos al definir el corazón de un verdadero amante, que no puedo sino suscribir entero, salvo quizás la mención final a la culpa:
Si el corazón de un verdadero amante,
y un continuo morir por contentaros,
y un extender mi alma en desearos,
y un encogerme, si os estoy delante;
y si un penar con un sufrir constante,
satisfecho y contento con miraros,
y un derramar mis pasos por buscaros,
preguntando por vos a cada instante;
y si un tener mi razonar compuesto,
en hablándoos, sin más, luego turbarme,
con un grande embarazo y desvarío,
los accidentes son que han de llevarme
con público pregón a morir presto,
la culpa es vuestra y el dolor es mío.



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