Dirección y sentido de la vida


En esta entrada se argumenta que la vida no tiene sentido, y que realmente no importa, al contrario, casi es mejor. 

Cuando nos preguntamos sobre el sentido o significado de la vida deberíamos trabajar antes un poquito la pregunta. Por sentido entenderemos objetivo, razón de ser, causa última, propósito. Por vida tenemos dos extremos, mi vida personal o la vida en el sentido más amplio, que incluye por ejemplo las células procariotas. Por centrarnos podemos pensar en un término medio, digamos que la especie humana. 

Para calentar músculos nos podríamos preguntar por el sentido del mar. La mejor respuesta es el silencio. ¿Tiene algún objetivo o fin el mar? ¿El mar está ahí para algo? Podemos determinar las condiciones y circunstancias que han llevado a que haya mares, esto es el cómo. Pero no parece que el ¿para qué? sea una pregunta correcta, ni que tenga respuesta. Los mares no están para nada, están y ya está. 

Quizás es un mal ejercicio de calentamiento, porque el mar no esta vivo. ¿Pero hay alguna razón por la que debamos pensar que, a efectos del sentido, lo vivo sea diferente de lo inerte? Dejando de lado que no sea trivial separar un mundo del otro. Esa es otra historia, muy emocionante también.

Lo mismo que podemos hablar del cómo del mar, podemos hablar del cómo de la vida. Es el caso que en un momento aparecieron en la tierra/mar compuestos que tenían la propiedad de auto replicarse, y a partir de ahí todo ha sido una bola de nieve que ha ido creciendo en la cuesta abajo de ese algoritmo simple en la raíz de la selección natural, que se puede resumir en dos leyes: la selección natural y la selección sexual.  Todo así hasta donde estamos ahora. 

La vida no tiene propósito, ni objetivo, ni inteligencia, ni destino. No opera nada que se parezca a un diseño, ni plan, ni en el todo ni en ninguna de sus partes, no hay un para qué de ninguno de sus elementos. Es un proceso automático, ciego, autosostenido, espontáneo, del que podemos desvelar sus leyes como podemos hacer con las de la electricidad. Y eso se nos aplica naturalmente, nunca mejor dicho, a nosotros. 

La vida y nuestra vida no tienen sentido, ni objetivo, ni significado. 

Esta es una idea que, como la del determinismo, nos puede parecer incómoda. En lo que sigue quiero mostrar que no es así. La incomodidad puede venir del hecho de que como humanos hacemos cosas con propósito, con intención, con un fin, aunque sea el de crear belleza, y lo hacemos conscientemente. Diseñamos cosas. Las tijeras no existirían si no tuvieran un sentido. Tanto es así que parecería que todo lo hacemos con algún propósito o intención. 

Y así creemos que la pregunta ¿por qué lo has hecho? es una pregunta legítima siempre. Incluso nos parece chocante que se cometa un homicidio sin una razón. Desde el punto de vista personal llevo muchos años convencido de que es una pregunta que no siempre tiene sentido. Cuando me lo preguntan con motivo de cualquier asunto, la gente se sorprende cuando respondo que lo he hecho sin ninguna otra razón que el mero ejercicio de mi libertad, o porque no puedo evitarlo, si me acuerdo entonces de que soy  determinista.   

Acostumbrados a que las cosas complejas son el resultado de un diseño intencionado y con un propósito nos creemos que nosotros, como entes complejos, somos el resultado de un diseño con un propósito. Que no sepamos de ese propósito después de ciento de miles de años de especie debería ser indicativo de algo. Y es que lo complejo y ordenado no tiene porqué ser intencionado ni planificado. La falacia está quizás en que nuestra mente no es capaz de imaginar lo que son miles de millones de años, y lo que puede ocurrir durante ese tiempo como resultado de la aplicación de unas pocas leyes sencillas como las de la evolución. Si ya cinco minutos de espera nos parecen una eternidad.  

Hay muy buenos trabajos que proponen que la cultura, el arte, incluso la misma inteligencia humana puedan ser el simple resultado de la selección sexual, del impulso por reproducirse, inherente a las leyes de la evolución. Es decir, que nuestra mente perfectamente podría no ser otra cosa que el equivalente a la cola del pavo real. Que por cierto, es un buen ejemplo de que dentro del sistema de la evolución sobrevivir es un mero medio para reproducirse, porque la cola del pavo real, a la hora de sobrevivir no deja de ser un estorbo importante. 

Quiero proponer que la insatisfacción que nos produce este sinsentido vital tiene una curiosa solución. 

Lo que propongo es que no somos lo que creemos que somos. No existe el supuesto agente con identidad propia que idee, planifique, y ejecute acciones. Todo eso ocurre, pero no hay una persona real detrás. Somos el darse cuenta de que eso ocurre, el espacio de la consciencia donde todo eso, junto con el mundo exterior, se manifiesta, se experimenta. El ego, el yo, la persona con personalidad, con valores, con historia, que hace cosas, es una ficción conveniente. Me remito a todo el resto del blog para esta discusión. 

Digamos entonces que no hay un yo que viva una vida. 

En este contexto vivir es impersonal, y vida no es un complemento directo, la vida no es algo que reciba ninguna acción. Hablar de que vivimos una vida parece que fuera un tiempo dado en el que tenemos que hacer algo para conseguir un premio, como si fuera un concurso de televisión. Tener una vida parece que es tener una estantería con todos los premios conseguidos. 

Quitándonos de la ecuación como agentes, ya no hay tanto problema en que nuestra vida no tenga sentido, porque no hay nadie que esté teniendo una vida y por lo tanto no puede darle un propósito, no hay nada que hacer o que esperar porque no hay nadie. Digamos que lo irreal, la persona-agente, no puede afectar a lo real, el vivir.

Somos en eso como el mar, lo que no deja de ser bonito, con sus olas y mareas, que no las hace el mar sino que le pasan simplemente. Pero somos más hermosos que el mar porque nos damos cuenta. 

De forma personal he de decir que esta conclusión me parece liberadora. Acaba con el dramatismo de que hay que ser alguien o algo en la vida, en lo que algunos padres insisten tanto. No hay problema, porque todos somos nadie. Vivir no es ir tras la consecución de nada, ni triunfar, ni prevalecer, no es una competición, ni una lista de ítems que ir completando.  Sin ego no estamos comprometidos con los resultados, no podemos ganar ni perder, no hay tensión, no hay nada que hacer, no hay objetivos que cumplir. Y por ello el estado natural de ese darse cuenta no puede ser otra cosa que disfrutar. 

Es decir, la consecuencia del sinsentido de la vida no puede ser sino alegría.

Naturalmente, como humanos particulares tenemos todo el derecho del mundo de atribuir el sentido que queramos al vivir, faltaría más, ahí está el existencialismo. Esto no ha sido mas que una discusión teórica, y gracias al gran Yogi Berra sabemos que aunque en teoría la teoría y la práctica sean lo mismo, en la práctica no lo son. 

Uno de los sentidos más hermoso es el de hacer mejor la vida de los demás. Sin duda, y lo tomo como objetivo primero y fundamental, no quiero otro. Pero este sentido, como el de tener una familia, hacer historia, y otras posibilidades, no toca la cuestión del sentido de la vida como especie. No proporcionan un “para qué” final. Vendría a ser que, ya que estamos aquí, vamos a hacer algo bonito, pero todo ello serían cuestiones condicionadas a la solución de la cuestión central.

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Para terminar esta entrada, y quizás el propio blog, darle la palabra al gran Wittgenstein, el primero de ellos, al que agradezco hacer sitio a lo místico en la misma raíz del conocimiento:  

6.41. El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo. En el mundo todo es como es y sucede como sucede: en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiese no tendría ningún valor. Si hay un valor que tenga valor, debe quedar fuera de todo lo que ocurre y de todo ser-así. Pues todo lo que ocurre y todo ser-así son casuales. Lo que hace no casual no puede quedar en el mundo, pues de otro modo sería a su vez casual. Debe quedar fuera del mundo.

6.4312. La inmortalidad temporal del alma humana, esto es, su eterno sobrevivir aun después de la muerte, no solo no está garantizada de ningún modo, sino que tal suposición no nos proporciona en principio lo que merced a ella se ha deseado siempre conseguir. ¿Se resuelve quizá un enigma por el hecho de que yo sobreviva eternamente? Y esta vida eterna, ¿no es tan enigmática como la presente? La solución del enigma de la vida en el espacio y en el tiempo está fuera del espacio y del tiempo. (No son los problemas de la ciencia natural los que hemos de resolver aquí.)

6.52. Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado. Desde luego que no queda ya ninguna pregunta, y precisamente esta es la respuesta.

6.521. La solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema. ¿No es esta la razón de que los hombres que han llegado a ver claro el sentido de la vida, después de mucho dudar, no sepan decir en qué consiste este sentido?

6.522. Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es, lo místico.

6.54. Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo: quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido, a través de ellas, fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido). Debe superar estas proposiciones; entonces tiene la justa visión del mundo.

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