Quería desarrollar aquí brevemente una poderosa idea que aprendi en el siguiente libro: The case against reality. Why evolution hid the truth from our eyes de Donald Hoffman. De hecho me extraña mucho no haberla comentado antes, o si ya lo he hecho y varias veces sin haberme dado cuanta hasta el ahora que escribo esto, quizás es que sea este otro buen momento para volverla a comentar.
El título es bastante claro. La idea es que lo que tenemos en la mente no tiene por qué guardar ninguna relación con la realidad. Entre otras cosas porque la misión de los sentidos, la percepción, y otras operaciones mentales, no es descubrir la verdad, sino sobrevivir. Esa es de hecho la razón por la que existen, por lo que la evolución los ha moldeado para lo que están, aunque como todo también puedan servir a otros propósitos, naturalmente, como las narices y orejas sujetan las gafas. La razón de ser del mundo mental en el que nos movemos, vivimos y somos es puramente instrumental, práctico, epistémico en lugar de ontológico. La verdad de la realidad tal cual es no es nuestro objetivo y quizás ni siquiera está a nuestro alcance. En su lugar tenemos un sucedáneo manejable y que, mal que bien, sirve a nuestros propósitos, no puede ser de otra manera puesto que es lo único que tenemos.
Como en otras ocasiones, la informática nos provee de una utilísima metáfora. Nuestro mundo mental sería lo que aparece en el escritorio de un ordenador, mientras que la realidad es lo que esta dentro del ordenador. En el escritorio podemos tener un icono en el que pensamos que está el borrador de una carta que escribimos, por ejemplo, a nuestra madre, cada uno a la suya. La carta no es el icono y no está en el icono, la carta no está en ese punto de la pantalla y lo que vemos no tiene nada que ver con cómo es el fichero en realidad. En ninguna parte del ordenador está la carta tal y como la vemos al pinchar el icono de la carta. Si abriéramos el ordenador no encontraríamos en ninguna parte la palabra mamá, mucho menos lo que esa palabra puede evocar para bien o para mal. Si nos presentaran cómo es realmente el fichero en el interior del ordenador no podríamos reconocer la carta, no la entenderíamos, no podríamos hacer nada con ella. Como dice el autor, de ver las cosas como son hace tiempo que nos habríamos extinguido.
Del mismo modo, nuestra idea de persona, o personaje, o máscara, no está en ningún sitio. Es un icono conveniente, instrumental, quizás inevitable en un escritorio/mundo donde todo es ficticio, desde el mismo escritorio/mundo. No somos lo que nos parece ser, no hay un hacedor, pensador, ni amador, ni sufridor. Ahora mismo recogiendo la mesa me di cuenta que era imposible que todos y cada uno de esos complejísimos movimientos fueran hechos por alguien en lugar de simplemente suceder. No puedes ver lo que ve lo visto, no puedes pensar lo que piensa los pensamientos.

Epílogo. Naturalmente como científico vocacional entiendo que la ciencia es el camino a la realidad más allá de los sentidos. La ciencia sabe del espectro electromagnético y del sistema visual humano que está detrás de los maravillosos colores de esta imagen del mar. Pero no es un conocimiento experiencial. No puedo hacerme idea de lo que vería en mi lugar un murciélago con su eco localización, o una mantis marina con su espacio de color multidimensional, por citar un par de ejemplos con solera. La ciencia es intelectual, es razonamiento que se lleva a cabo a través de un lenguaje, el lenguaje matemático. Y sabemos que el lenguaje no es la realidad, como ilustra el célebre dicho de que la palabra galleta no quita el hambre. Es decir, el propio ámbito científico nos dice que el mundo mental tal y como se nos aparece no es el real, y además sabemos que no tiene que serlo. Cito sendos premios Nobel de física, y no me gusta el argumento de autoridad, lo diga Agamenón o su porquero. Neils Bohr: Todo lo que llamamos real está hecho de cosas que no podemos considerar reales, y Anton Zeilinger: It is wrong to think that the task of physics is to say what nature is. Pues eso. Más claro no se puede decir y no es algo del todo a zen, ni alucinaciones de un hippie trasnochado y pasado de vueltas, aunque lo sea.
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