Océano mar

La imagen y el vídeo adjunto [1] muestran un fenómeno muy hermoso, observado en las aguas nada profundas de la playa de Usil en Cantabria. El origen del fenómeno es muy sencillo. Las ondulaciones del agua hace un efecto de lente. Las crestas de las olas concentran la luz y los vallecitos la dispersan, la luz se aparta de unos lugares para concentrarse en otros. Eso reproduce sobre el fondo del mar una especie de topografía de la superficie de agua. Los detalles ópticos del fenómeno están contados en el blog hermano de fenómenos ópticos. Aquí quería concentrarme en otra cosa, en la belleza y el valor metafórico de la observación.

La observación de este fenómeno es mucho más hermosa bajo el agua. En el poco tiempo que puedo mantenerme sin respirar, llegó un momento que el danzar de las formas de luz me hipnotizó, desapareció el mar, el agua y el fondo marino, despareció todo y esa figura cambiante ocupó toda la consciencia, incluso no sé decir cómo, adquirió volumen, siendo en principio un fenómeno plano. 

Las olas y el mar son una metáfora recurrente para distinguir nuestro verdadero ser del yo aparente que es la persona en el sentido de máscara o personaje. Nuestro verdadero ser se representa como el fondo del océano, inalterable, independiente de las circunstancias cambiantes que constituyen nuestra sensación de persona, que se representa por las olas de las superficie, enormemente sensibles al entorno. Las olas no son una sustancia distinta que el cuerpo del océano, representando la idea de que la persona no existe, no tiene entidad, es  un accidente, pura forma, caprichosa, circunstancial, y pasajera. Para encontrar nuestro verdadero ser debemos ir al fondo, libre de accidentes y formas, de donde surge todo pero no es alterado por nada. 

En el fenómeno óptico que traigo aquí, la luz hace maravillosamente visible esas ondulaciones cambiantes, caprichosas, impermanentes, que de otro modo no veríamos en las aguas cristalinas de la playa. Y por ese efecto, las ondulaciones, sin sustancia propia, parecen alcanzar un nivel de realidad que de hecho no tienen. Y como me ocurrió a mí, la persona, sus movimientos y circunstancias particulares y cambiantes nos hipnotiza y seduce hasta el punto que nos olvidamos del agua, de lo que realmente somos.  

Una frase contundente de Nisargadatta dice que cuando te crees una persona ves personas en todas partes, siempre la palabra persona entendida en ese sentido de ser aparente sin realidad propia, diríamos que personaje en lugar de persona. 

Si nos identificamos con esa danza, si nos imbuimos de ese personaje y nos dejamos arrastrar, vamos zarandeados de un lado a otro olvidados de lo que realmente somos, angustiados, sobrepasados. Sentimos impotencia para lidiar con la realidad, precisamente porque esa realidad no existe. Cuando entendemos que no hay nada que hacer y que no hay nadie que haga nada, podemos disfrutar de ese baile de las apariencias, ver su belleza para nada, sin intención ni propósito. 

[1] No he tenido mucha suerte con el vídeo, YouTube lo ha considerado como short así que no se puede cambiar la velocidad, que reducirla un poco hace el efecto más bonito. Para otro año prometo también imágenes/vídeos submarinos, ya que observando bajo el agua es todavía más hermoso. 

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