No levanto cabeza


Los humanos somos una especie que sufre de una tensión importante entre nuestro ser individual y nuestro necesidad social. No somos ni gorilas o leones que vivan por sí mismos, ni hormigas o abejas engastadas en una maquinaria biológica inflexible. 

Tenemos, sobre todo en occidente y cada vez más, un agudo sentido de la individualidad. Pero sin los demás no somos nada, no sabríamos ni hablar, no podríamos sobrevivir. Y lo sabemos, y por ello queremos ser queridos y admitidos, reconocidos, valorados. No sería muy difícil abordar a partir de esto todo el sufrimiento que nos causa esta tensión y los moldes morales que se sirven de todo ello, irresolubles y siempre en conflicto: derechos y obligaciones, justicia, igualdad, libertad, altruismo, compasión. De alguna forma lo nuestro está en los demás. 

Como a mucha gente, la interacción social me cuesta muchísimo, y lo evito en lo que puedo a costa de que a lo largo de la vida he mantenido relaciones en en número cercano al cero absoluto. Salvo con un conjunto pequeño de gente, un mundo privado, la interacción se me hace muy penosa. Cumplo con mis tareas profesionales y ciudadanas con gusto, dedicación, y siempre agradeciendo ser admitido tal como soy en una sociedad tan compleja. Me considero afortunado y bien tratado por todos, más y mejor de lo que merezco, me doy cuenta.  


Pero no puedo ir más allá. Queriendo a todo el mundo como lo quiero, respetándolo y apreciándolo, admirándolo, sin tener pensamiento ni juicio negativo para nadie, con todo eso soy un misántropo confeso y entusiasta, siempre en su versión de humanidad en general, no específica. Las personas con nombres y apellidos que he tenido las suerte de encontrar es otra cosa.     


Sobre eso quería hablar aquí en el simple caminar por la calle, especialmente fuera del ambiente urbano, donde preside un respetuoso anonimato mutuamente compartido. Es el caso del pueblo donde estuvo mi ultimo hogar familiar, donde paso vacaciones, fiestas y otras oportunidades. Fuera del verano el pueblo está deshabitado, es un lugar pacífico, tranquilo y amigable. Pero en verano se llena de gente, lo que está bien, también yo soy esa gente. La cuestión es que surge un contraste enorme, brutal y doloroso, entre mis horas de soledad y silencio en casa y en el bosque, en unidad místico-hippie con la naturaleza, con los momentos de paso por el pueblo expuesto al ambiente social de gente mayormente ociosa.

  

Afortunadamente uso siempre sombrero de ala relativamente ancha, con lo cual si bajo la cabeza un poquito puedo cruzar todo el pueblo lleno de gente sin ver ningún rostro, sólo piernas y zapatos, sin cruzar ninguna mirada.


Con ello me evito la nube que rodea las reuniones de humanos y que para mí tiene elementos tóxicos [*]. 


Lo es porque la encuentro plagada de miradas, evaluaciones, juicios, categorías, etiquetas. Los humanos se miran mucho cuando se cruzan, mucho más cuando uno de ellos está en reposo, no te digo si está sentado ocioso en una terraza. Supongo que es una necesidad, por su lado social no pueden dejar de reconocer a un conocido, saludar y ser saludado, ver y ser visto. Hay que saber si es amigo o enemigo, local o forastero. No devolver un saludo es una afrenta, y la dinámica social necesita saber qué de quién y con quién, cuándo y cómo [**]. Incluso se dice que el lenguaje emergió de la necesidad de cotillear en cuanto los grupos humanos fueron suficientemente grandes para cada uno no pudiera saberlo todo de primera mano Podemos decir que cuando no nos ponen cara hay que tener nombre. Esto no deja de ser la razón del éxito de las redes sociales, por ejemplo. Pero si el mundo mental ya es una irrealidad de por sí, ese mundo social ya me parece el delirio de un ser soñado


No es que me importe lo que puedan pensar de mí, en absoluto, de otra manera no sería un misántropo entusiasta, estaría pendiente de agradar, algo muy lejos de mi intención porque no busco el afecto social de los demás, nunca he sido de los nuestros.


Cuando bajo la cabeza y me parapeto tras el ala del sombrero no quiero evitar la mirada de los demás, quiero evitarle a los demás mi mirada. 


[*] Esa nube, además de miradas, está llena de palabras. Los humanos hablan sin parar, les rodean nubes de palabras que emiten continuamente como humo los fumadores, son seres eminentemente gramaticales. Entiendo que hablar es un fantástico pegamento social, el equivalente humano del acicalamiento social o allogrooming de nuestros primos chimpancés, el origen de la celebrada idea del altruismo recíproco. Pero no veo necesidad de estar aplicando el pegamento todo el tiempo. 


[**] He de especificar que por llevar la cabeza baja no voy a dejar de devolver muchos saludos, en especial en este pueblo. Llevo más de treinta años pasando aquí vacaciones y fiestas varias, y todo el tiempo que puedo y que podíamos en vida de mis padres. Y no puedo decir que nadie me conozca. Puede parecer una tragedia. Lo podríamos comentar. 

 









   

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