Conducirse


Introducción
 

En alguna otra parte del blog dejé abierto dedicar una entrada a observación de la conducción de automóviles como laboratorio de psicología y, en general, de las ciencias humanas. En aquella entrada la conducción se convertía en un laboratorio zen. La diferencia entre aquella y esta es que en aquella la observación se dirige hacia uno mismo, mientras que en esta observamos a los demás. 


He dudado mucho la elaboración de esta entrada, hasta que he leído la siguiente frase en un libro del gran Haruki Murakami, magnífico novelista y compañero corredor: Una persona, sea quien sea, no puede ganar siempre. En la autopista de la vida no es posible circular siempre por el carril de adelantamiento. ¿Tremendo no? Luego me explico. 


Son varias las características que hacen adecuada la conducción para estos propósitos de observación atenta. Tenemos una cantidad ingente de individuos que de forma voluntaria se someten a una serie de estímulos a los que tienen que responder obligatoriamente, no pueden inhibirse. Si llega a un ceda el paso sólo puede hacer dos cosas, cederlo o no. Es decir, están absolutamente comprometido con el experimento.  Los estímulos son muchos, breves, y de respuesta inmediata. Son interacciones con individuos que ni conocemos ni tenemos ninguna expectativa de volver a encontrar, es decir que no hay sesgos ligados por ejemplo al altruismo recíproco. Aunque esto excluye interesantísimas observaciones en los que la repetición de la interacción fuera relevante, como lo es de continuo en la vida común. Y por último y muy importante, la participación es anónima. 

  

Hay muchos campos del conocimiento que se pueden beneficiar del laboratorio del tráfico y la conducción. Uno bien establecido es el propio estudio del flujo del tráfico con herramientas propias de ciencias naturales como matemáticas y física. Se asemeja al estudio de un fluido con la particularidad de que los constituyentes interaccionan entre sí de forma nada trivial, lo que lo hace extraordinariamente complejo.


Dejando esto de lado había pensado reflexionar brevemente sobre un par de ítems: estatus y teoría de juegos.  

He de aclarar el punto de vista del que surgen estas observaciones. Respeto todas las señales de tráfico, voy por el carril derecho siempre que esté libre. Ayudo en lo que puedo al resto de conductores en una especie de ejercicio deliberado de caballerosidad en el mejor sentido del término. Siempre estoy tranquilo. Ante cualquier incidencia no insulto, no grito, ni me enfado, ni siquiera juzgo, simplemente hago lo que puedo para que todo transcurra de la mejor forma posible para todos. Por ejemplo, jamás he tocado el claxon fuera de la ITVs, siempre con un gran susto. 

Estatus

Muchos de los comportamientos ajenos y propios que nos pueden llamar la atención conduciendo se deben a la sed de estatus de los humanos. Por estatus podemos entender también jerarquía, prestigio, fama, reputación. Es la necesidad que sienten de estar bien clasificados en una lista que el sujeto entiende que le va a dar preeminencia a la hora de obtener en una serie de objetivos y gratificaciones que considera deseables. 

No hace falta hablar de lo que significan los modelos de automóvil en sus diversas marcas y modelos. Suelen ser señales muy claras de estatus, con sutilezas incluidas. Un comprador de automóvil de gama alta me dijo que descartó una determinada marca porque era “de viejos”. Recuerdo también una noticia en la que algunos compradores de Tesla se arrepentían de su compra por la deriva política de uno de los co-fundadores de la empresa. El coche funciona exactamente igual, pero el estatus del comprador no, ya no daba la imagen que quería dar. 

Al margen del propio automóvil, entiendo que el apetito de estatus está detrás de conducciones poco cooperativas, por utilizar una expresión que será desarrollada después. Esto es así aunque en muchos casos la conducción sea esencialmente anónima y no haya público que pudiera sacar conclusiones, aunque si hay público desde luego es una motivación extra. Pero la conducción nunca es anónima del todo, porque el conductor siempre está presente y es un testigo ideal para comprobar todos los méritos que su propia conducción demuestra y que le pueden valer la buena imagen que tenga de sí mismo, reforzando su motivación en la consecución de los logros en que consiste la vida según su entender. 

Observe la cita del comienzo de Murakami, ganar en la vida equivale a ir por el carril de adelantamiento. Eso es lo que entiende la gente, y ha sido un sorpresón verlo salir de la pluma de Murakami. Continuamente me asombra cómo los conductores llenan el carril izquierdo dejando el derecho despoblado, al punto de utilizar el carril derecho como carril de adelantamiento. Ir por el carril derecho, que es por defecto lo que establecen las normas y lógicas de la conducción, equivale a fracasar en la vida. 

Paralelo al estatus se me ocurre otro posible origen evolutivo. En el tránsito a ser carnívoros primero fuimos carroñeros. Correr, aunque fuera un poco más que el otro, ir simplemente delante, tenía una recompensa en forma de lo mejor de los despojos, tanto frente a otros humanos como ante otros carroñeros. Quizás ser vegetariano me prive de mejores resultados en las carreras. 

Una interpretación similar en términos de estatus puede tener el acoso no respetando la distancia de seguridad con el que va delante, salir de una rotonda directamente desde el carril interior, saltarse la cola en las salidas de las autovías, entre otros comportamientos arrogantes o temerarios.Pueden ser el equivalente de desplegar del pavo real, la berrea, el canto de llamada. La demostración de la valía propia aunque sea para consumo propio, que no es poco. Recuerde que uno puede sentir consuelo abrazándose a sí mismo. 

Esta idea de la imagen propia del conductor viene reflejada en encuestas en las que del orden del 80% de los conductores, grosso modo dependiendo del estudio, afirman que son mejores conductores que la media. Es un ejemplo del conocido sesgo de superioridad ilusoria, algo que como sospechará no se da sólo en el ámbito de la conducción. Hay que advertir que matemáticamente la expresión relativa a la media no es muy afortunada porque parece que confunde media con mediana. Por ejemplo, más del 90% de la población tiene más dedos que la media. No obstante para una distribución Gaussiana o similar, que suele ser el caso en estos contextos,  mediana y media coinciden. Una forma un poco más precisa de formularlo podría ser decir que el 90% de los conductores afirma estar en el 10% de los mejores conductores. 

Entiendo que en este sesgo no influye el violar las normas de conducción, posiblemente todo lo contrario, es decir, que un buen número de conductores considera buena conducción no respetar las normas. Debe de ser así cuando tantas veces sufro el acoso de otros conductores, deslumbramientos, bocinazos, aspavientos, sólo por respetar lo límites de velocidad, en especial en los tramos en obras. Esto es espacialmente desalentador cuando los acosadores son profesionales de la conducción. Creo que hay una especie de leyenda sobre que la velocidad más prudente sería la de la media de los otros conductores, al margen de los signos, señales y normas. 

Otro ejemplo de la relación entre conducción y estatus está en la forma de sujetar el volante. Fíjese. Imaginando el volante como un reloj analógico, digamos que la posición recomendable de las manos sería a las diez y diez. Pues verá que es muy popular otra, del tipo doce y veinte o bien la simétrica ocho en punto. Es decir una mano estará en la parte superior del volante con la palma hacia abajo. En el contexto del lenguaje corporal, adelantar una mano con la palma hacia abajo es un gesto que pretende trasmitir dominancia, autoridad o jerarquía. Es la forma en que, en contextos sociales más o menos sofisticados, se ofrece la mano para ser tomada o besada en gesto de respeto, admiración o sumisión por el otro, con la correspondiente inclinación de cabeza que supone. Es decir, un besamanos. Si le parece exagerado piense en el mensaje que transmite una mano extendida con la palma hacia arriba. O piense en cómo se disponen las manos de los santos en las correspondientes iconografías. En ese contexto, pintar un santo con palmas hacia abajo es como pintarle dos pistolas, que es como me sientan a mí las cazadoras vaqueras.  

Teoría de juegos  


Concretamente el dilema o juego del prisionero, digamos que con dos jugadores. Por brevedad no voy a explicar los detalles. Se trata de elegir entre colaborar o que cada uno vele exclusivamente por sus intereses, que se podría denominar desertar. La clave es que resulta que para cada jugador considerado individualmente la mejor estrategia es no colaborar, desertar, independientemente de lo que haga el otro. Es un ejemplo de equilibrio Nash, una mente maravillosa [*]. Grosso modo, si el otro no colabora que colabores tú sólo te perjudica, mientras que si el otro colabora, al desertar tú además de guardarte lo tuyo te beneficias del esfuerzo del otro. No hace falta poner ejemplos, seguro que se le ocurren a montones. La tragedia, que recuerda la tragedia de los comunes, es que visto en conjunto, contando las ganancias y perdidas de los dos jugadores, desertar es la peor estrategia, mientras que colaborar es muuucho mejor. Tampoco hace falta explicar la importancia de la colaboración, no seríamos lo que somos sin ella. 


Por eso los grupos y sociedades están muy atentos a los no colaboradores, a los que no aportan pero se benefician de la colaboración de los demás. Sabe de lo que le hablo, no hace falta dar ejemplos. Sólo mencionar que con esto se abre todo un campo científico, donde se sustentan la moral, la justicia y el derecho, casi nada. 


Por ello tener un contexto donde observar este tipo de dinámicas de planteamiento y resolución inmediatas, anónimas y sencillas me parece muy interesante. 


Por ejemplo el caso de la incorporación a una autovía. Recordemos que para el individuo la estrategia óptima siempre es no colaborar. La deserción se caracteriza por una incorporación a la autovía sin haber aprovechado el carril de aceleración para acomodar su velocidad a la del resto de conductores en la vía a la que se incorpora. He observado que la incorporación inmediata es casi universal. El desertor se incorpora normalmente en el mismo comienzo del carril de aceleración, sin la velocidad apropiada, causando notables inconveniencias. El colaborador aprovecha todo el carril hasta el final, lo que hace la incorporación mas fácil para todos, salvo que la autovía esté llena de desertores, en cuyo caso el colaborador se puede ver en algún pequeño apuro, que yo personalmente lo tomo sin dramas como gajes del oficio. Pero es esto mismo lo que motiva al desertor, porque algo que lo caracteriza es que piensa que todos los demás son también desertores, lo que nos lleva de cabeza al peor de los equilibrios Nash.  


Vice versa, el ejemplo dual son los que se cuelan en una salida de la autovía que esté atascada. Superan a buena velocidad a los que van lentamente en el carril de salida para en el último momento incorporarse vía un volantazo y frenazo que perturban no poco a los que hacen la cola respetuosamente. De hecho son una de las principales causas por las que el carril de salida va lento, mucho más de lo que iría si se colaborara. Una observación atenta y desapasionada muestra que no son pocos los que optan por esta deserción. 


Otro ejemplo es el uso del intermitente para informar de las maniobras, que no para afirmar el derecho a ejecutarlas. Me impresionó un conductor cuando me dijo que no pone el intermitente porque avisando de la maniobra le da la oportunidad al resto de conductores de entorpecerla o frustrarla. De nuevo la idea de desertar porque todos son desertores.


Incidentalmente, he visto algún informe que sugiere que los modelos de gama alta podrían ser un ejemplo del dilema en relación con los accidentes de tráficoParece que los vehículos más grandes y pesados suelen preservar mejor la vida de sus ocupantes, pero peor la de los otros implicados. Es decir que harían la carretera más peligrosa para los demás, lo que en economía se denomina externalidad negativa. 

Un epílogo


No sé dónde leí que respecto al cumplimiento de las normas la población se divide en tres categorías. Un 20% las cumple siempre, un 20% nunca, y el 60% restante está a verlas venir. Dada la relativa impunidad de incumplir las normas de conducción, y dada la observación diaria, me parece claro hacia donde se ha escorado ese 60%. A mí esto me produce un desánimo considerable, y en mi tendencia hacia la oscuridad me sugiere que los males de la sociedad están profusa y profundamente enraizadas, lo que se manifiesta amargamente en cuanto se dan combinaciones tan peligrosas como el anonimato, la impunidad y el parapetarse tras la masa. La conducción es un ejemplo, como pueden serlo las redes sociales, y en general muchas de las dinámicas humanas en ese conflicto perenne entre lo particular y lo general, que tan bien ilustra el dilema del prisionero. 

Naturalmente todos los días podemos ver acciones virtuosas, que son tanto más celebradas como es oscuro el fondo sobre el que destacan. Me quedo con eso. 


[*] En la teoría de juegos, el equilibrio Nash es una situación en la cual ningún jugador puede hacer nada individualmente para mejor su posición. Se entiende que el jugador sólo mira por sus intereses y le importa un comino la situación global. La deserción general es un equilibrio Nash. Pero no es la situación óptima para el conjunto, que sería la de colaboración general. La colaboración universal es un ejemplo de estrategia Pareto óptima, que ocurre cuando no se puede introducir ningún cambio sin perjudicar a alguien, una especie de dual del equilibro Nash. Pero cuidado con los óptimos. Por ejemplo que Bill Gates tuviera todo el dinero del mundo sería una situación Pareto óptima. 

  


   




   





Comentarios

Entradas populares